Cristianos y personas de buena voluntad hablan de paz, como un eco del saludo y de la despedida de Jesús resucitado: “Mi paz les dejo, mi paz les doy; no como la da el mundo”. Cristo, Hijo de Dios y hombre, pronuncia estas palabras, después de haber entregado su vida humana en rescate de la vida de sus hermanos.

Una de las palabras más pronunciadas por los hebreos es shalom. Esta palabra va unida a Adonai; nombre que se da comúnmente a Dios. Se la usa como un saludo, con el que se desea la paz, la armonía, que vienen de Dios. El saludo shalom, en la cultura hebrea, no es un mero cumplido social. Shalom es, debe ser, un saludo que brota de la interioridad de la persona.

El plan de los humanos “Si quieres paz, prepara la guerra” no refleja la conducta de Cristo: “dar su vida por la vida del mundo”. El plan de la generalidad de los humanos de ayer y de hoy se ha escrito y se sigue escribiendo con guerras, grandes o pequeñas, en páginas de la historia.

Debemos, pequeños y grandes en la sociedad, estudiar la sinrazón de la preferencia de la guerra frente a la paz, para escribir la historia.

Se dice con verdad que las guerras han urgido a nuevos hallazgos que benefician a la humanidad. Podríamos poner nuestras potencialidades para servir el bien humano, que no es selectivo. La humanidad sería más feliz si se emplearan los millones de millones para el conocimiento, la alimentación, la intercomunicación, la vivienda. Organismos internacionales deberían establecer los límites.

¿Quiénes han preferido la guerra y quiénes se benefician más con ella? Productores de armas. Los pobres, “héroes ignotos”, sufren más. Ellos han pagado con su vida monumentos erigidos en honor de quienes usaron su vida, presentándola como el único medio, para preservar y acrecer la “grandeza de la patria”.

¿Único medio? Esta pregunta tiene radical importancia. Se ha repetido tantas veces y se seguirá repitiendo que solo con la guerra, o principalmente con la guerra, se fragua el honor de la patria. La pasión obscurece o limita el ejercicio de la mente, para mirar solo el valor de la fuerza y dejar de lado otros valores humanos.

Se obscurece la honda diferencia entre una guerra justa e injusta: unos y otros se apropian de la “justicia”, sin haber buscado seriamente, con razones, otro camino que conduzca a salvaguardar derechos y correlativos deberes.

Ninguna persona física o moral es completamente poseedora solo de los derechos, y otra solo de los deberes.

La humanidad está recorriendo el camino de resurrección, gracias a la desacralización de la independencia de los Estados, invocada para imponer, juntamente con visiones parciales –ideologías–, ocultos intereses.

La sinrazón de la fuerza sigue sacrificando en el altar de inconfesados intereses, vidas y obras del ingenio humano, heredadas de generaciones pasadas, que han formado nuestra identidad.

Toca más a los cristianos prolongar la celebración litúrgica de la resurrección de Cristo en el esfuerzo por lograr que todos tengan vida terrena, camino a la eterna.

(O)