• Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
  • Capuchino

Jesús, el Señor de la Historia, el Principio y Fin de todas las cosas, pide a la Samaritana justamente lo que él le quiere dar: el agua, pero un agua viva. Para entender la fuerza del simbolismo del agua es necesario detenernos un poquito sobre nuestra experiencia concreta con el agua.

De hecho, el agua es uno de los elementos básicos de la vida. Sin ella todo se transforma en desierto. Es imposible pensar nuestra existencia sin ella. En la tierra de Jesús (Palestina), el agua no es un elemento muy abundante y por esto es muy precioso. Los ríos no son muchos y los pozos, en aquella época, eran raros. La lluvia que llegaba solamente en algunas épocas del año era un signo claro de la bendición del cielo para hacer fértil los campos y por eso era esperada con mucha ansia, y su no llegada significaba hambre.

Además, para poder tener agua en casa era necesario un gran esfuerzo, se tenía que ir hasta el pozo, quitarla y transportarla. (Quien ya cargó un cubo de agua por una buena distancia, sabe que este, después de un gran esfuerzo, adquiere un valor muy especial. Desperdiciarla era despreciar a quien la había traído. Tal vez hoy con el agua en la canilla nosotros ni nos damos cuenta de su valor y de su importancia).

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El autor sagrado sabía lo que significaba el agua para la vida humana y sabía también que todos, por experiencia propia, reconocían su inmenso valor. Es por eso que muchas veces el Libro Sagrado usa la imagen del agua para hablar de Dios y de su relación con nosotros.

Así nos dice el Salmo 63: “Señor, Tú eres mi Dios, a Ti te busco, mi alma tiene sed de Ti, en pos de Ti mi carne desfallece cual tierra seca, sedienta y sin agua”.

Este nuestro deseo del infinito, del amor, de la paz, de la felicidad… es comparado a la sed. Hasta incluso puede ser sintetizado como: sed de Dios. Sin Él en nuestras vidas, somos como la tierra sin agua, esto es absoluto desierto, sin posibilidad de vida. Así como necesitamos del agua para vivir biológicamente, y perecemos en pocos días si no la bebemos, también sin Dios perecemos como persona humana. No es posible una vida auténticamente humana sin la presencia de Dios. El cuerpo sin agua se deshidrata, la persona sin Dios se desintegra, se pierde, se anula.

Jesús conoce nuestro corazón, conoce nuestra vida y nuestra fatiga, conoce nuestros deseos y proyectos, y por eso en este tiempo de cuaresma viene a nuestro encuentro y nos pide: “Dame de beber”. En verdad, su pedido es una provocación. Él quiere despertarnos. Él quiere hacernos entender que las cosas de este mundo son efímeras y finitas, y así no pueden saciar nuestra sed de infinito.

Muchas veces nos ilusionamos. Nos sentimos insatisfechos y corremos tras las cosas del mundo pensando que ellas pueden saciarnos. Pensamos que lo que nos falta es un determinado bien material: una casa, un auto, un salario alto, un título, o una ropa lujosa... pero cuando lo conseguimos inmediatamente nos quedamos contentos, pero luego descubrimos que aún nos falta algo, que continuamos insatisfechos. Y entonces, en nuestra ceguera, empezamos a buscar tener dos casas, o dos autos, o dos salarios, o dos títulos… pero hasta hoy nadie se satisface con estas cosas, por más que lo haya conseguido. (La mujer samaritana del Evangelio ya había tenido cinco maridos y el actual no era suyo…). No existen cosas materiales que puedan satisfacer una necesidad espiritual: nuestra sed de infinito; nuestro deseo de Dios.

Es por eso que Jesús ofrece a aquella mujer un “agua viva”, un agua capaz de satisfacernos desde lo profundo de nuestro ser. Un agua que nos hace sentir saciados y realizados, aun cuando nos falten algunos bienes materiales. Un “agua viva” que se trasforma en una fuente inagotable en nuestro interior.

Esta “agua viva” es el Espíritu Santo. Es él el Único que puede verdaderamente saciarnos. Es Él quien puede darnos todo lo que necesitamos. Es Él quien puede hacernos plenamente humanos.

A veces nos cansamos inútilmente corriendo de pozo en pozo, buscando aguas que solamente nos sacian parcialmente, cuando el único pozo que puede realmente satisfacernos es el Costado de Cristo, de donde salió Sangre y Agua, que son los Sacramentos de la Iglesia. Cada sacramento (bautismo, confesión, eucaristía, confirmación, matrimonio, unción u ordenación) nos hace participar del misterio pascual de Cristo y nos da el Espíritu Santo.

¡Coraje, mi hermano, mi hermana! Cuaresma es tiempo de conversión. Es tiempo de recomenzar la vida. Es tiempo de descubrir la Fuente de Agua Viva.

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