Domingo, 05 de Mayo 2024
Suplementos | “Bienaventurados los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8), es la sexta bienaventuranza

Bienaventurados los de corazón limpio

La palabra “limpio” proviene del griego katharós, que tiene un significado más profundo, pues significa puro

Por: EL INFORMADOR

     “Bienaventurados los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8), es la sexta bienaventuranza. La palabra “limpio” proviene del griego katharós, que tiene un significado más profundo, pues significa puro. En el Antiguo Testamento, puro era lo que aproximaba a Dios, e impuro lo que incapacitaba o excluía del culto. Como dice el salmo 24 (3-4): “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede permanecer en su santo templo? El que tiene las manos y la mente limpias de todo pecado; el que no adora ídolos ni hace juramentos falsos”.
     La idolatría es un obstáculo altamente reprobado a lo largo de todos los textos sagrados, y para no caer en ella Jesús propone una forma de discernimiento: “donde está tu tesoro ahí está tu corazón” (Mt 6, 21). Esta bienaventuranza es una promesa, primero, para los que tienen un corazón entero, no dividido entre el servicio de sí mismos y el servicio de Dios, entre la búsqueda de la propia gloria y la del Padre; y segundo, para los que no practican idolatrías.
     La promesa de ver a Dios, se entiende también como conocerlo y entrar en el Reino de los Cielos. Jesús, como Verbo Encarnado, es decir, como la Palabra de Dios hecha hombre, vino a traernos el mensaje para conocerlo. Así como en el diálogo entre Jesús y Nicodemo (Jn 3, 1-13), para conocer al Padre hay que nacer de nuevo, y se nace como hijo de Dios al conocerlo, al escuchar Su Palabra y al ponerla en práctica con el gozo de hijos.
     Con respecto a esto, san Pablo se dirige duramente a los Corintios, señalando a los excluidos: “en el Reino de Dios no tendrán parte los que cometen inmoralidades sexuales, ni los idólatras, ni los que cometen adulterio, ni los hombres que tienen trato sexual con otros hombres, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los chismosos, ni los tramposos” (1 Cor 6, 9-10). Las inmoralidades sexuales a las que se refiere san Pablo, se enumeran en el capítulo 18 del Levítico, donde se especifica claramente que, por ejemplo, el incesto y el bestialismo son actos abominables.
     Pero sobre todo, lo que tiene que ver con la sexta bienaventuranza son la lujuria y la idolatría, puesto que apartan el corazón del hombre del amor a Dios, ya que la primera atenta contra el cuerpo, haciendo de él y de la pasión ídolos ante los que se postra con adoración extática, o sea en éxtasis. Con esto no debe entenderse que se está satanizando la sexualidad; de ninguna manera, puesto que en el matrimonio, ella es una de las más sublimes expresiones del amor entre esposos. Contra lo que se opone la pureza es el vicio de la lujuria, por las funestas consecuencias que acarrea para las relaciones interpersonales, tales como el adulterio y la denigración.
     La pureza de corazón excluye todo mal deseo provocado por la lujuria; aún más, en el evangelio leemos la sentencia que promulga N. S Jesucristo y sentencia: “Ustedes han oído que antes se dijo ‘no cometas adulterio’. Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28). La condición fraterna de los hijos de Dios excluye que un hermano mire con mirada impura a una mujer, ya que por ser hija de Dios, es una hermana. La  mirada de los hijos de Dios a sus hermanas debe ser pura. Y el vicio de la lujuria esclaviza a los hombres y las mujeres y los lleva finalmente a odiarse mutuamente, conduciéndolos a una ceguera que impide ver a Dios.
     Retornando a la promesa de ver a Dios, a los limpios de corazón les es posible entender la afirmación de que el cuerpo humano es el templo del Espíritu Santo y percibirlo como una manifestación de la belleza divina (Catecismo de la Iglesia Católica, 2519); y no nada más allí lo encuentra, sino también en la contemplación de la creación entera, pues alcanzamos a conocer el poder de Dios cuando se observa con ojos y corazón limpios. El hombre puro es aquel que lucha constantemente por alejarse del pecado y se levanta después de caer, practicando constantemente la virtud de la templanza.    
     Purifiquemos nuestros corazones para que desde hoy podamos ver a Dios en nuestros hermanos y en la creación. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx

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