Martes, 07 de Mayo 2024
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Bembéricua

Por: Dolores Tapia

Bembéricua

Bembéricua

Por Dolores Tapia

La bembéricua es una hiedra venenosa que dicen, nace en el norte de nuestro continente y  también, por el estado de Michoacán. Desde nuestros ancestros a las plantas se les atribuye un valor mágico, diabólico, curativo, poético. Y ahí me detengo. En lo poético.
 
Fui a ver la obra de teatro Bembéricua, dirigida por Sara Isabel Quintero. Una obra noble, buena, con espíritu joven pero bien cosidita. Sin permisos. Ni falsas exigencias. Empieza con la referencia al retablo donde aparece la planta, los personajes interpretados por Mario Iván Cervantes y Said Sandoval en su elocuencia construyen engranajes que provocan una especie de canción: “ando como la magnífica”, “¿no me compra las altiparras?”, “nunca vayas a dejar que se acerquen los chilpayates a tentar con el dedo las chuparosas”. 
 
De inicio se antoja un poema antiguo con mucha tradición, con buena factura, se incluyen pirécuas y una guitarra a cargo de Armando Merino que particularmente me parece un gran, gran acierto.
 
Bembéricua, señala el programa de mano, es uno de los once cuentos que integran Céfero —que así se llama el personaje principal—, un libro único de Xavier Vargas Pardo de Tinguindín, Michoacán. La puesta en escena es una adaptación libre y nos cuenta con sencilla belleza la historia de una mujer purépecha, interpretada por Luna Castillo. Y puedo decir, que en la escena más compleja Luna nos regala una actuación tan diáfana, tan llena y tan justa. Que lo que bien podría haber caído en un cuento tradicionalero en busca del perdón mestizo, se vuelve un poemita (y lo de digo por corto y no por menor) lleno de ese espíritu que habita en la belleza de los pueblos. Bembéricua hace pensar en la tierra, en la noche, en la luna.
 
Sinceramente no soy muy partidaria de las obras que rescatan las tradiciones, porque generalmente son malas, escolares o en el nombre Rulfo fallan en la intención emotiva y técnica. Y finalmente creo que el poder del arte cuando está bien dicho no necesita renombrar a nadie. Tampoco soy partidaria de las obras perfectas técnicamente, y carentes de alma, intención y espíritu.
 
Bembéricua tiene un espíritu así como de pirécua, bien entonada, bien cantanda, justa, modosa, nostálgica, noble. Y en su construcción están las manos de gente que sabe y no se excede, y como artistas, saben que este hacer tiene que ver con gustos y estilos, y lo respetan y siguen construyendo. 
 
La obra, el domingo, luego de una mañana luminosa me hizo más agradable la despedida del atardecer. Se presenta este fin de semana en La Casa Suspendida.
 

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